Por mucho que parte del mundo se empeñe en igualarnos, por el momento no va a ser así. Y es que miles de años no se cambian con miles de empeños. En la cueva, las mujeres cuidaban de las proles desarrollando habilidades específicas para poder acometer diversas tareas a la vez. Si de esto nos hubiésemos encargado los hombres habríamos evolucionado con ojos de mosca para poder verlo todo y brazos de pulpo. Afortunadamente, ellas tenían más capacidad.
Ahora, por favor, imagina esta situación: llevas una hora trabajando en una presentación y de pronto entra un email urgente. La dirección ha decido un cambio de perspectiva, hay que volver a empezar.
Todo el mundo es consciente del coste que supone el tiempo de transición de una tarea a otra, pero no tantos tienen en cuenta el coste asociado al tiempo consumido por una tarea que fue empezada y no terminada. Y son muchos menos lo que valoran lo más importante, el coste relacionado con la menor calidad de la tarea y sus consecuencias.
Vayamos al management. Se han publicado numerosos estudios relativos al coste del multitasking, si desean profundizar en este tema les recomiendo leer a Joshua Rubinstein, Jeffrey Evans y David Meyer.
Se pueden establecer tres tipos de coste asociado al multitasking:
- El tiempo de intercambio entre tareas, mayor cuanto menos relacionadas.
- El tiempo en la realización de cada tarea, superior a mayor complejidad.
- El coste de error o no resolución de una tarea.
En muchas ocasiones, estos cambios se producen porque no tenemos el objetivo claro. Pedimos continuamente datos, respuestas y acciones inmediatas, muchas veces sin necesidad real. Escribimos mails a destajo y en ocasiones hasta incluimos el simbolito de importante o urgente. Pensamos, pedimos, vamos al baño y olvidamos.
Imagina que en tu Evaluación del Desempeño anual se incluyese un análisis de todos los “mandados” que has solicitado a tu gente y que han quedado en desuso. Y ahora levántate y pide perdón.
Nuestra siguiente reflexión: Liderazgo vacacional