Si la reducción de jornada evoluciona como la tecnología en muy poco tiempo millones de personas dispondrán de más tiempo libre. También puede ser así por un extraño empeño de reducir la productividad total en base a la reducción del tiempo trabajado
Atendiendo a los pronósticos más fiables sobre el avance o el desbordamiento de la IAG (Inteligencia Artificial General) millones de empleos se verán comprometidos en un futuro muy cercano.
Conocemos y contamos con la ley de Amara: tendemos a sobreestimar el efecto de una tecnología en el corto plazo y a subestimar el efecto en el largo plazo. Por ejemplo, podemos suponer que las predicciones se equivocan y en lugar de ocurrir en 2028 ocurrirá en 2032, y a cambio, en lugar de afectar al 40% del empleo lo hará sobre el 60%.
Además, no debemos caer en el buenismo pensando que una revolución trae otra y que todo el empleo destruido será remplazado por otro más avanzado y de mayor calidad. No es así, hace tiempo que eso no es así.
En realidad, el número de personas con un estatus similar al de “sus labores” de la época franquista va a aumentar, y mucho, incluso hasta ser la mayoría. Bueno, la mayoría entre la clase generadora (aquellos que trabajan generando y no administrando) es decir, los nuevos parias. La protegida clase privilegiada (los que administran) prevalecerán frente a las máquinas, tal y como ocurre hoy en día, cada vez con mayor distancia con los parias en lo que a tecnología, digitalización y automatización se refiere.
Nos preguntamos por qué al hablar de productividad/país o PIB nunca hablamos de esto. Y no, no nos vale que el tamaño nos hace lentos. Es cierto que el tamaño importa, pero aun así, los más grandes entre los privados están a años luz de los que disparan con pólvora del rey.
Pero no íbamos por aquí en esta reflexión de viernes. Más bien tratábamos de aventurarnos en el futuro cercano y su efecto social, y en concreto, en el efecto sobre el turismo y la gentrificación. Un problema mundial actual es el incremento del precio de la vivienda en ciudades y zonas turísticas, y consecuentemente, el efecto en la disponibilidad de ésta. La sociabilización del turismo y el crecimiento del low cost nos han llevado a viajar más que nunca, con los efectos que esto provoca sobre los destinos. Ahora bien, si la gente se va a ir a su casa, bien porque el bienestar social de su país lo incentiva, bien porque una IA elimina su puesto de trabajo, ¿viajará entonces tanto como lo hace ahora?
En este escenario futurista y cercano en el que la distribución del trabajo y de la renta media se desequilibrará como no ha ocurrido antes en la historia moderna, ¿qué harán los nuevos parias con su condición resultante?
Con unos recursos económicos limitados y una oferta digital en aumento exponencial, es casi predecible un mundo dominado por Oculus y Vision Pro, en el que los viajes sean solo caseros, quizás amenizados con sustancias hoy prohibidas que sirvan de apoyo al viaje doméstico.
Claro que cada Yin tiene su Yang, quizás entonces se acabe la turismofobia y esta sea remplazada por la robotofobia al más puro estilo ludita. O peor aún, quizás florezcan sectas tipo “Adán & Eva & Fans” reclamando el antiguo derecho de la santificación por el trabajo. Quizás también proliferen los divorcios a porrillo, como ocurre durante las vacaciones, al constatar que tanto tiempo compartido es malo para la salud. Y es que miles de años de pena divina o de divina convivencia no se borran de un decretazo.
La esperanza es lo último que se pierde, siempre queda refugiarse en cambios inesperados como el realizado hace no tanto por alguien tan tecno como Musk, que decidió en Fremont remplazar a los robots por humanos, porque en lo realmente digital (poner las gomas a las ventanillas) aún tenemos un tacto fino, un tacto divino que diría Radio Futura, que es irremplazable.
Mientras tanto vete preparándote: Oculus, pareja, puesto de trabajo… En fin, las incógnitas de la vida.