Como cada verano, los expertos en psicología y salud nos advierten de los síntomas asociados a la vuelta al cole. Aconsejan hábitos, complementos alimenticios, ungüentos y hasta ritos exorcizantes. Los más valientes aprovechan para autoimponerse nuevos retos más propios de Nochevieja. Al mismo tiempo, millenials y Zs aprovechan el teletrabajo para tomarse unas "vacaciones" sin aprobación.
Si te dejas llevar por el diagnóstico, mejor te vuelves a la playa. Estoy seguro de que ciertamente hay personas que sufren síntomas físicos cognitivos similares a los desatados por el estrés y la ansiedad. Toma nota y chequea por si fuera que estés infectado: mal humor, irritabilidad, tensión, tristeza, derrotismo, apatía, sudoración, negatividad, insomnio, etc.
¡Qué desgracia! Se supone que vuelves con las pilas hasta arriba y la motivación renovada... ¡Y nada más lejos de lo esperado! Derrumbe total.
Si te reconoces o reconoces a alguien de tu equipo en ese estado, es evidente que no estás, o no está, en el lugar adecuado. Márchate o invítale a marcharse. Hazte, o hazle, el favor de su vida. No va a servir ninguna de las terapias recomendadas: adaptación paulatina, deporte, alimentación sana, horario constante, meditación, mindfulness, paseos, comprar un perro, aprender a tocar un instrumento, croché…
Todo eso es, en realidad, ponerle puertas al campo, tiritas para heridas graves. Lo realmente importante es que la vida profesional no sea tan antagónica con tus creencias, valores, intereses, metas, retos, ikigais… El objetivo es que quieras volver. No en plan masoquista, como un workalcoholic, simplemente que puedas volver sin sufrir a la vuelta de un descanso. Descanso, no te engañes, que la mayoría de las veces, ni lo ha sido tanto ni tan placentero. No olvidemos la tasa de divorcios post vacacionales, las penosas vueltas al gimnasio, esa arruguita nueva, uy un lunar…
De modo que, el primer objetivo, debe ser disfrutar lo máximo posible de tu trabajo, lo que equivaldrá a la máxima aportación y muy probablemente a un máximo retorno.
Entre ambos extremos, sufridores y disfrutones, están aquellos que se hacen su apaño particular: las vacaciones usurpadas. Sorprendentemente el 40% de millennials y GenZ reconocen que se esconden en el teletrabajo para tomarse unas vacaciones no solicitadas, sin permiso vaya. Lo mejor de todo, es la justificación interior de su fechoría que atribuyen a una suerte de defensa ante el postureo de la cultura del esfuerzo. ¡No me extraña tanto afán por teletrabajar!
Me pregunto si tras la vuelta de unas vacaciones birladas se producen también síntomas de ahogamiento. Pero creo que, aunque así fuera, los gorrones no van a marcharse salvo a un nuevo destino vacacional.